Historia de un ídolo: RICARDO MONTANER (III)
- Orlando Bohórquez
- 13 ene 2016
- 7 Min. de lectura

Tercera entrega del libro “Como se llega a la Cima del Cielo”. El libro que relata la vida y obra del cantautor Ricardo Montaner, escrito por el periodista Orlando Bohórquez.
Como realmente eran unos niños (ambos con 13 años), los encuentros para su relación de amores, no podía estar a la vista de familiares, sobretodo los de ella. Entonces venía la parte del ingenio, para saber dónde y en qué momento podían reunirse. Una de las fórmulas para que el pequeño enamorado viese a su amada, era aprovechando que él era parte del grupo musical que tocaba las misas, en la iglesia Claret, a la cual los progenitores de Ana Rosa, asistían. A propósito, a ese local religioso acudían muchas personas, siempre estaba full, cuando ellos tocaban, ya que hacían arreglos de canciones de los años sesenta, entre ellos los Bee Gees y prácticamente convertían el recinto en una fiesta juvenil. Hasta el Obispo de entonces, se quejaba, pero finalmente les permitían ese tipo de interpretaciones, que combinaban, claro está, con lo sacro.
Cuenta Ana Rosa Vaz, que Héctor Eduardo (su novio) casi quedó santificado de tanto estar en la mencionada iglesia, porque normalmente tocaba con el grupo en una de las misas, pero como no sabía en qué horario ella asistiría con sus padres, los días domingos, entonces se quedaba y se “calaba” los tres horarios, es decir estaba en la casa de Dios, en la misa de ocho, la de las nueve y la de las once de la mañana. También estaba pendiente de las vacaciones o fines de semana, que la familia de ella se iba a la playa que tenían y aún tienen en el estado Falcón, en el sector El Supí. Allí el enamorado adolescente, se las ingeniaba para trasladarse en vehículo, pidiendo “colas o empujoncitos”, para estar cerca de su amada. Se metía con su pinta de “hippie”, (como lo calificaba el papá de Ana Rosa) en cualquier carpa que conseguía, o debajo de un techo destartalado que estaba cerca de ahí, en fin, el se aventuraba a todas esas calamidades, con el solo propósito de verla y poder compartir, aunque sea a ráfagas, pedacitos de tiempo. Realmente era un chico enamorado, claro era su primera y única novia en aquella etapa de su vida y había que dar el todo por el todo.
A todas estas, el súper enamorado jovencito Héctor Eduardo Reglero, inspirado en este su primer romance, empezó a escribir un diario de su vida, en el cual refleja claramente su dedicación a aquel amor por la también adolescente Ana Rosa Vaz En esos escritos de “pibe” entusiasmado con su debut amoroso, Héctor (el futuro Ricardo), llegó a escribir con bastante deficiencia en muchas de las frases, expresiones como esta: “Dios la amo y no me separes nunca de ella”; otra: Ana, pediré perdón a Dios por no poder concentrarme en el rezo, cuando te estoy contemplando en la misa”; otra más: “Ayer 17 de marzo de 1972, cumplimos Ana Rosa y yo, tres meses de novios, he palpado sus labios con la mayor pureza del mundo”.
Así pasaron los días, los meses y los años, gran parte de ese tiempo a escondidillas, pero como el amor lo vence todo, cuando es verdadero amor y eso era lo que practicaban ambos en aquellos tiempos de su adolescencia, vencieron obstáculos y cuando tenían una edad, apenas cercana a los dieciocho años, (extremadamente inmaduros), decidieron casarse a mediados de los años setenta y eso fue aprobado por ambas familias. Ya para ese entonces, ambos se habían graduado de bachilleres, coincidencialmente el mismo año 1974. La entrega de diplomas de él, ocurrió el 24 de julio en el Teatro de Bellas Artes, en esos tiempos el más selecto de Maracaibo.
Debido a su marcada juventud y la falta de dinero de Héctor, la pareja se fue a vivir a casa de los padres de Ana Rosa, un sitio residencial bien bonito e importante de Maracaibo, llamado La Virginia. Todo era color de rosa para la nueva pareja, en esa primera etapa matrimonial, pero el tiempo que es el encargado de hacer la historia, de acuerdo a los acontecimientos que se realicen, iba a deparar sorpresas, unas agradables y otras no muy agradables que digamos. Eso lo ampliaremos un poco más adelante, cuando toquemos ese punto significativo, en la vida de nuestro personaje, es decir el cantautor Ricardo Montaner, quien ha dicho públicamente, a través de la televisión, que “este matrimonio con Ana Rosa, casi desde el comienzo tuvo ciertos problemas y así se mantuvo, hasta que se rompió definitivamente la magia y llegó el divorcio”.
De esa unión, el primero en nacer fue Alejandro (el 7 de mayo de 1976), a quien luego sus familiares y amiguitos llamarían “el pollo”, después nació Héctor (igual a su padre), el 10 de agosto de 1979, a quien cariñosamente le decían y le siguen diciendo “Noño”. Estos chicos que con el correr de los años se convertirían en excelentes artistas musicales, incluso a nivel internacional, igual que su progenitor, crecieron al lado de sus padres y abuelos maternos. Siendo estudiantes de primaria, practicaban natación y eran de los más aventajados a nivel infantil en esa especialidad, logrando ganar medallas en competencias escolares.
Así las cosas, Héctor Eduardo seguía soñando con ser famoso como artista y dedicarle su tiempo a esta actividad profesionalmente hablando. Ya había experimentado ser baterista con pequeños grupos, como aquel del cual hicimos mención en sus ensayos en el Club Alemán y después con otro conjunto que formó al lado del “gordo” Luís Gutiérrez, llamado en principio “Los Chicos Malos”, pero que luego, atendiendo sugerencias le cambiaron la denominación, bautizándolo como el Grupo Scala, que sonaba mas agradable al oído.

Montaner tocando guitarra con el Grupo "Scala"
Fue con este grupo que empezó a probar suerte como cantante en el año 1973, ya que antes, recordemos, era un baterista por demás excelente. Es en esta etapa cuando decide colocarse su nombre artístico para proyectarse como intérprete y le pareció que el Ricardo, combinado con el apellido de su mamá, es decir Montaner, le iba bien, y evidentemente la pegó, porque fonéticamente hablando, suena agradable. Se inventó el Ricardo como mencionamos antes y probablemente ocurrió todo lo contrario que si se hubiera dejado el original, que es Héctor Reglero, aunque sí a ver vamos, la calidad de cantautor de Ricardo, de igual manera hubiese popularizado su nombre de pila bautismal, porque a Montaner, definitivamente no lo paraba nadie en sus aspiraciones y ha demostrado que siempre fue un predestinado para la música y los grandes escenarios del mundo. El que tocaba el bajo, en este Grupo Scala, era el anteriormente mencionado “gordo” Luís Gutiérrez, que con el correr de los años se convirtió en una persona clave para Montaner, incluso llegaron a ser socios en algunos negocios de eventos artísticos, llegando a contratar para Maracaibo a Las Estrellas de Fania, así mismo presentaron en esta capital zuliana a Rubén Blades y Willy Colón, cuando estos andaban en su gira con los temas “Pedro Navaja” y “Plástico”, además se hicieron compadres, ya que el gordo es el padrino del mayor de los hijos de Ricardo, es decir el cantante Alejandro Montaner.
EMPIEZA A “MATAR TIGRES”
En plena soltería, luego de su experiencia con el Grupo Scala, empieza ya como Ricardo Montaner, a querer despegar como intérprete, en calidad de solista en 1973, mostrando además buena condición de compositor, una vena extraordinaria, que le ayuda desde el primer momento.
Es aquí donde comienza a funcionar el “gordo” Luís, que mencionamos anteriormente como su compañero en el conjunto musical. Este le ayuda a conseguir contratos en cervecerías, demás centros nocturnos, verbenas, eventos de la empresa de refrescos Coca Cola, de donde el “gordo” era empleado, en fin, cada vez que podía ubicarle en un evento, lo hacía, era como una especie de amuleto para su buena suerte, aunque alguien llegó a decir que “el gordo” era “pavoso”, porque mientras él era esa especie de asesor, Montaner no pasaba de pequeñas cosas y luego cuando Ricardo se aleja hacia Caracas, triunfa. Claro, no es que Gutiérrez fuese negativo, sino que para lograr sus objetivos, este cantautor tenía que levantar vuelo hacia la capital de la República. Sin duda el gordo Luís le sirvió de amplio apoyo, en esa parte inicial de la carrera. Es bueno mencionar, que en el primer sitio nocturno que cantó Ricardo como solista, fue en una cervecería llamada “La Nuez”, que estaba ubicada por el sector Indio Mara, de la avenida 5 de Julio de Maracaibo, luego también era contratado frecuentemente en sitios de moda en la ciudad de los maracuchos, como el Pub Club, Las Vegas y su consentida Casa Paco, administrado por los hermanos, Paco y Joaquín.
Esto, aparte de alimentar el proyecto a futuro de Montaner, le servía para cubrir sus gastos, porque en su hogar (soltero aún) no estaban muy bien económicamente, a pesar de que su papá, el ingeniero Eduardo Reglero, tenía su sueldo pero no era muy ventajoso.
Estas presentaciones del juvenil artista, eran esporádicas, puesto que en esa época no figuraba como un reconocido cantante, por ser un principiante, es decir que habían pocos contratos y por ende muy escasa la entrada de dinero. A esto se le sumaba el hecho, de que Ricardo compartía parte de esos ingresos con sus músicos, porque casi siempre se hacía acompañar por varios de ellos (en vivo), ya que era poco dado a trabajar con las llamadas pistas o cintas.
Tan pronto se graduó de bachiller, Ricardo, necesitado de dinero como estaba, tuvo que aceptar presionado por las circunstancias económicas, un trabajo en el Banco Maracaibo ( el primero que se fundó en Venezuela, exactamente en 1882). Aquí estuvo de office boy (muchacho de mandados), pero antes de cumplir un año en esa empresa, renunció, fastidiado por lo que hacía, ya que su meta obsesiva era vivir de la música. Ricardo después en forma jocosa ha señalado, que cuando laboraba en esta entidad bancaria, se dio cuenta que “solo me gustan los bancos para cobrar cheques”.
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